Un cuento de: Elvia Pérez
Cuentan las abuelas, que en una laguna de las cercanías de Manguito vivía un
güije. ¿Qué es un güije? Un duende chiquito, negro, patizambo, cabezón y de
risa fuerte. Su aparición era presagio de mala suerte. El de nuestro cuento
había causado mucho terror, tanto, que se juntaron siete “juanes” para
capturarlo. No lo lograron, pero al menos el güije se asustó y decidió
tomarse unas vacaciones. Se sumergió en las aguas de la Laguna de Charco
Hondo y durmió cien años.
Una noche de luna llena despertó. De inmediato recordó quien era: un güije.
Una autoridad en asustar, especialmente a los niños. Era hora de volver al
trabajo o las personas dejarían de creer en su existencia. El güije no sabía
que el los cien años que estuvo dormido, las cosas habían cambiado mucho. El
diminuto batey de Manguito, se había cambiado por un pueblito electrificado
con escuela, cine, policlínico, donde nadie hablaba ya de los güijes.
Bien temprano en la mañana, desde donde reposaba en la laguna, el güije
escucho algo. Sacó lentamente la cabeza del agua y vio a un niño como de diez
años. Se trataba de Juan Carlos. El niño iba para la escuela y estaba
recogiendo plantas para la clase de biología. El güije no lo pensó dos veces.
Sacó todo su cuerpo a la superficie con los ojos muy abiertos. El limo de la
laguna le colgaba de la cabeza como un extraño cabello. Cuando estuvo
completamente visible dijo:
- Uuuuuuuuuuuuuuuuuu, soy el güije
Juan Carlos miró a aquel niño casi sin ropas, con aquellas cosas sobre su
cabeza y preguntó:
- ¿Qué te sucede? ¿No vas hoy a la escuela?
El güije pensó que este niño tenía que ser muy tonto para pensar que los
güijes van a la escuela.
Nunca había ido a una, ni siquiera a la Escuela del Terror. Quizás no había
comprendido con quién se las veía, por eso, exagerando bien las palabras
dijo:
- ¿No te doy miedo?
Pero Juan Carlos, casi sin verlo, recogiendo las plantas respondió:
- ¿Miedo? No, porque te tendría miedo, no tienes nada de particular.
Ante esto, nuestro pequeño duende se quedó mudo de rabia. ¡Nada de particular
un güije! Este niño era un perfecto ignorante en cuestiones terroríficas.
¿Cómo explicarle a alguien así el terrible augurio que es encontrarse con un
güije? No, esto era perder el tiempo. De lo que se trataba era que las
personas se asustaran solo de escuchar su nombre. Mejor se escondía y
esperaba una ocasión mejor para asustar. Decidido esto se lanzó al agua y se
ocultó. Juan Carlos pensó que todo se trataba de un juego. Después de esperar
un rato por si volvía a salir, tomó sus plantas y se fue para la escuela.
Hablaría con la maestra sobre este niño. No se podía permitir que alguien se
quedara sin asistir al colegio. Al menos, eso decía la directora todos los
días en el acto matutino.
Cuando Juan Carlos se perdió por el camino, el güije salió y se tendió a
tomar el tibio sol sobre una enorme piedra. Así estaba cuando escuchó un
ruido nada familiar. Levantó la cabeza y vio a un hombre acercarse montado en
un raro artefacto que corría más que un caballo. Era Niceto, el administrador
de la vaquería. Venía cantando unas décimas sobre su bicicleta. Distraído, no
le prestó atención al duende. Por su parte el güije creyó que esta si era una
buena oportunidad para probar su poder. Un hombre serio y con ciertos años no
debía ignorar su existencia. Era su oportunidad de aparecer y que el rumor de
su presencia corriera de nuevo por toda la zona. Puso la más fea de sus caras
de miedo y gritó con fuerza:
- Oyeeeeeeeeeee, soy el güije!
Niceto iba muy apurado. Se le había hecho tarde para iniciar el ordeño de las
vacas. Sin siquiera mirarlo respondió:
- Oiga compadre, el cuento del güije me lo hace a la vuelta porque voy apurao!
El terrorífico enano no entendía que estaba pasando. Nunca se había visto
tamaña ignorancia de niños y hombres en cuestiones de mitos. No reconocían su
presencia ni su historia. No debían saber nada de las historias. En esas en
que se transformaba lo mismo en indio, pez, pájaro o sirena. Ni de las veces
que raptó a una doncella hermosa solo por ver el miedo en sus ojos.
Ni cuando el y otros amigos pasaban bailando sobre una balsa por el río el
día de San Juan. En fin, no sabían nada de nada. Esto lo lleno de miedo por
primera vez en su vida. Se lanzó al agua para refrescar sus ideas. Allí pensó
en hacer algo para que los hombres no lo olvidaran, conocieran de sus hazañas
y las contaran. Fue allí, metido en el agua de la laguna de Charco Hondo, en Manguito,
que tomó la decisión más trascendental de su vida. Decidió convertirse en
cuento. En esos cuentos que no mueren porque siempre hay alguien que los
cuenta.
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