Sunday, November 25, 2012

Libros Publicados

Tan embriagadora como la música tradicional de Cuba, y tan delicioso como el picadillo y plátanos, la narración está viva y bien en la hermosa isla de Cuba. El folklore Cubano es particularmente rico, basándose en las tradiciones hispanos y Afro-Cubana. Elvia Pérez, una narradora Cubana practicante, les trae 21 cuentos de deleite y asombro mezclando la magia entre cuentos de animales, cuentos de lo fantástico y cuentos arraigados en los patakies Afro-Cubanos. Todas las historias se presentan en Inglés y Español, haciendo de este un gran recurso para ESL y clases de Español. Además, podrás encontrar toda la popular serie de Folklore Mundial extras y una breve historia de la isla, recetas tradicionales, fotografías en color y dibujos, incluso indicaciones para los juegos de los niños Cubanos. Un libro versátil con muchas aplicaciones educativas, esta colección es una necesidad para el folklore de la biblioteca y las colecciones de los niños, así como para los narradores, maestros, y cualquier persona interesada en aprender acerca de las tradiciones de Cuba. 


Este libro de técnica de narración oral está basado en la experiencia de la escritora que lleva 21 años de trabajo.   
Elvia Pérez Nápoles relaciona textos que abordan la narración oral y sus diferentes técnicas. También se explaya sobre la ética del narrador, su imagen, la asesoría artística, la dramaturgia y la dirección escénica, la relación entre el teatro y la narración oral, el trabajo con los niños, la crítica, y cómo hacer un taller de narración oral, así como los ejercicios durante cinco encuentros día a día.   




EL GÜIJE DE MANGUITO





Un cuento de: Elvia Pérez 

 
Cuentan las abuelas, que en una laguna de las cercanías de Manguito vivía un güije. ¿Qué es un güije? Un duende chiquito, negro, patizambo, cabezón y de risa fuerte. Su aparición era presagio de mala suerte. El de nuestro cuento había causado mucho terror, tanto, que se juntaron siete “juanes” para capturarlo. No lo lograron, pero al menos el güije se asustó y decidió tomarse unas vacaciones. Se sumergió en las aguas de la Laguna de Charco Hondo y durmió cien años. 

Una noche de luna llena despertó. De inmediato recordó quien era: un güije. Una autoridad en asustar, especialmente a los niños. Era hora de volver al trabajo o las personas dejarían de creer en su existencia. El güije no sabía que el los cien años que estuvo dormido, las cosas habían cambiado mucho. El diminuto batey de Manguito, se había cambiado por un pueblito electrificado con escuela, cine, policlínico, donde nadie hablaba ya de los güijes. 


Bien temprano en la mañana, desde donde reposaba en la laguna, el güije escucho algo. Sacó lentamente la cabeza del agua y vio a un niño como de diez años. Se trataba de Juan Carlos. El niño iba para la escuela y estaba recogiendo plantas para la clase de biología. El güije no lo pensó dos veces. Sacó todo su cuerpo a la superficie con los ojos muy abiertos. El limo de la laguna le colgaba de la cabeza como un extraño cabello. Cuando estuvo completamente visible dijo:
 
- Uuuuuuuuuuuuuuuuuu, soy el güije

Juan Carlos miró a aquel niño casi sin ropas, con aquellas cosas sobre su cabeza y preguntó:
 
- ¿Qué te sucede? ¿No vas hoy a la escuela?

El güije pensó que este niño tenía que ser muy tonto para pensar que los güijes van a la escuela.
Nunca había ido a una, ni siquiera a la Escuela del Terror. Quizás no había comprendido con quién se las veía, por eso, exagerando bien las palabras dijo:
 
- ¿No te doy miedo?

Pero Juan Carlos, casi sin verlo, recogiendo las plantas respondió:
 
- ¿Miedo? No, porque te tendría miedo, no tienes nada de particular.

Ante esto, nuestro pequeño duende se quedó mudo de rabia. ¡Nada de particular un güije! Este niño era un perfecto ignorante en cuestiones terroríficas. ¿Cómo explicarle a alguien así el terrible augurio que es encontrarse con un güije? No, esto era perder el tiempo. De lo que se trataba era que las personas se asustaran solo de escuchar su nombre. Mejor se escondía y esperaba una ocasión mejor para asustar. Decidido esto se lanzó al agua y se ocultó. Juan Carlos pensó que todo se trataba de un juego. Después de esperar un rato por si volvía a salir, tomó sus plantas y se fue para la escuela. Hablaría con la maestra sobre este niño. No se podía permitir que alguien se quedara sin asistir al colegio. Al menos, eso decía la directora todos los días en el acto matutino.

Cuando Juan Carlos se perdió por el camino, el güije salió y se tendió a tomar el tibio sol sobre una enorme piedra. Así estaba cuando escuchó un ruido nada familiar. Levantó la cabeza y vio a un hombre acercarse montado en un raro artefacto que corría más que un caballo. Era Niceto, el administrador de la vaquería. Venía cantando unas décimas sobre su bicicleta. Distraído, no le prestó atención al duende. Por su parte el güije creyó que esta si era una buena oportunidad para probar su poder. Un hombre serio y con ciertos años no debía ignorar su existencia. Era su oportunidad de aparecer y que el rumor de su presencia corriera de nuevo por toda la zona. Puso la más fea de sus caras de miedo y gritó con fuerza:
 
- Oyeeeeeeeeeee, soy el güije!

Niceto iba muy apurado. Se le había hecho tarde para iniciar el ordeño de las vacas. Sin siquiera mirarlo respondió:
 
- Oiga compadre, el cuento del güije me lo hace a la vuelta porque voy apurao!

El terrorífico enano no entendía que estaba pasando. Nunca se había visto tamaña ignorancia de niños y hombres en cuestiones de mitos. No reconocían su presencia ni su historia. No debían saber nada de las historias. En esas en que se transformaba lo mismo en indio, pez, pájaro o sirena. Ni de las veces que raptó a una doncella hermosa solo por ver el miedo en sus ojos.

Ni cuando el y otros amigos pasaban bailando sobre una balsa por el río el día de San Juan. En fin, no sabían nada de nada. Esto lo lleno de miedo por primera vez en su vida. Se lanzó al agua para refrescar sus ideas. Allí pensó en hacer algo para que los hombres no lo olvidaran, conocieran de sus hazañas y las contaran. Fue allí, metido en el agua de la laguna de Charco Hondo, en Manguito, que tomó la decisión más trascendental de su vida. Decidió convertirse en cuento. En esos cuentos que no mueren porque siempre hay alguien que los cuenta.